Tenía Abelardo una serie de cualidades humanas que le conferían una personalidad atractiva, sobre todo con los jóvenes.
Poseía una voz preciosa y unas condiciones innatas para la oratoria. Y él lo sabía y no lo ocultaba, al contrario, las utilizaba.
Muchas veces le oíamos decir —desde su punto de vista, claro— que «había santos que cometieron el error de ocultar, cercenar o enterrar las cualidades que Dios les había dado», y decía Abe que «si Dios nos da cualidades no es para que las ocultemos bajo el pretexto de la humildad, sino para que usemos esas cualidades poniéndolas al servicio de Dios».
Lógicamente lo decía desde la perspectiva del apóstol laico inmerso en el día a día de cualquier bautizado; otro matiz puede ser la forma personal de vivir sus cualidades, según la visión contemplativa a la que Dios llama a algunas personas.
Recuerdo que, en un festival con nuestras familias en el que intervino Abelardo cantando y recitando poesías, al terminar una de las familias entusiasmada con la figura de Abelardo, me comentó:
—¡Qué maravilla! ¡Cómo entusiasma y conmueve Abelardo, pero si es que él solo es capaz de llenar todo el festival!; y, al final, cuando ya te tiene ganado, te deja el mensajito espiritual con toda naturalidad.
Sus dotes naturales para cantar y narrar, usadas con naturalidad y sencillez, como hacía él, conectaban con los corazones aplicando uno de los principios pedagógicos fundamentales de D. Bosco (al cual, Abelardo, admiraba profundamente): «Si no nos ganamos el corazón, no influiremos en las personas».
Y para ganarnos el corazón, Dios nos ha dado a todos unas cualidades que debemos usar y potenciar desde la humildad sin esconderlas o cercenarlas desde el orgullo.
Al cumplirse el tercer aniversario de su partida a la vida eterna, hemos querido hacer, desde la revista Estar, un pequeño reconocimiento con este CD digital al Abelardo cantante y rapsoda que tanto bien nos hizo con sus actuaciones en fuegos de campamentos, veladas, festivales, encuentros culturales y motivaciones espirituales como las vigilias de la Inmaculada, por ejemplo.
Abelardo tenía una gran capacidad de empatizar con las personas: su buen humor, su prodigiosa voz, su portentosa memoria… eran sus recursos para acercar las personas a Dios.
Él era consciente de estas cualidades y las usaba generosamente con naturalidad y sin complejos.

Antonio Rojas
Director de la revista ESTAR.