Bendita la hora que grabé a Abelardo la voz cantada de sus canciones, los poemas que nos recitaba en los fuegos de campamento, en aquellas noches estrelladas de Gredos. No quedaron todos grabados. Alguno que otro se nos escapa, … aventuras de Leonardo, por ejemplo, pero nos alegra recoger el fuego y la vida, la sensibilidad y el calor de sus declamaciones. Algunas son obras que él aprendió de niño; a través de cada uno de esos versos, de cada una de sus aventuras, las veladas se nos hacían siempre cortas. Le gustaba acompañar la palabra con gestos corporales sencillos y vivos que nos metían más en la escena: La nacencia, un gitano ante el portal de Belén, la bandera…, nos emocionaban hasta el punto de las lágrimas. Te sentías metido en la escena «como si presente me hallase», decía san Ignacio en sus ejercicios espirituales; desde esa atalaya de la Cultura y el arte, nos entusiasmaba con la poética española y los autores que dieron vida a las bellas expresiones de una lengua tan rica en fonemas, morfemas y giros estilísticos…
El humor era el equilibrio perfecto de su expresión, unido a su fuerza arrolladora de pensamiento y sensibilidad, cargada de valores, de amor a la Iglesia, a España, a nuestras raíces. Y así crecimos, con la alegría y la ilusión de hacer un mundo mejor, más limpio y noble, más cristiano y más humano, más respetuoso con sus tradiciones y su historia. Eso nos llevamos aquellos jóvenes en la mochila de nuestro crecimiento interior, que nos ha acompañado toda la vida, a tantos que aprendimos y bebimos de su espiritualidad y su humanismo. Gracias Abe por tanto bien.
Quiero dar las gracias a cuantos habéis colaborado en este precioso y ambicioso proyecto. Dios quiera que se vea acrecentado por el descubrimiento de nuevas obras de Abe que vayamos encontrando. A quienes habéis declamado y acariciado con tanto cariño cada verso y cada estrofa, gracias. A quienes habéis dedicado vuestras palabras cercanas en cada poema o velada, a Ángel Romero por sus preciosos diseños gráficos, Antonio por tu revisión lingüística, a Andrés Tejero por su gestión técnica de sonido, a no pocos por vuestros consejos y aportaciones. Mil gracias. Hemos preferido dejar desnuda la voz de las declamaciones. Parece que el poeta valora la riqueza maravillosa de la voz, sin más, así, limpia, diáfana, con personalidad propia que tiene en si misma el calor, la fuerza y la expresividad que todo lo llena. Así las escuchamos y así quedan. Cada poema va precedido por un sonido ambiental, de esos que escuchábamos en la naturaleza de Gredos donde Abe vestía con su voz el silencio de las cumbres, de un salón o una capilla en ejercicios. Que, a través de la palabra, encontremos a aquel que regala inspiración y expresividad a nuestro ingenio: el Espíritu Santo.

Rogelio Cabado