02 – No me mueve, mi Dios

sunset, girl, worship-585334.jpg

Un fuego que incendia el corazón


Cuando era joven, en mi tierra navarra, oí decir que este bello poema dedicado a Cristo crucificado pudo ser escrito por san Francisco Javier. No me costaba imaginar al santo navarro, ardiendo en celo por las almas y amor a Cristo, dedicarle estas bellas palabras a Jesús y que este sonriese oyendo estos requiebros de amor. Pero, en verdad, no se conocían otros versos del santo navarro y el nombre del anónimo autor era un secreto.

Algunos señalaban que podía ser san Juan de Ávila, que en su obra Audi Filia nos hablaba de ese amor gratuito al Señor, «aunque no hubiese infierno que amenazase, ni paraíso que convidase, ni mandamiento que constriñese, obraría el justo por solo el amor de Dios lo que obra». Pero el tiempo mantenía el secreto de si fue el santo doctor de la Iglesia su verdadero autor.

Y otros nombres como santa Teresa de Jesús o san Ignacio de Loyola se proponían como sus posibles compositores. Pero ninguna prueba de su creación se podía aportar. Anónimo seguía siendo su único autor. Desconocido. Así que cualquiera podía ser el autor. Como diciéndonos que cualquiera de nosotros podía amar a Dios así, con un amor sincero al máximo, más allá del miedo o del premio.

Por eso, oírle a Abelardo recitar estos versos ante Cristo crucificado encendía en nosotros un fuego que incendiaba el corazón y que deseaba amar a Jesús como él le amaba, como le amaban los santos. Y comprendíamos al oírle que no había que ser un gran santo de nombre conocido para amar con todo el corazón a Dios. Cualquiera de nosotros podía ser ese santo anónimo, ese santo de la puerta de al lado, que amase a Jesús crucificado con un amor limpio y transparente.

¿No es acaso ese el amor que nuestro corazón añora? ¿No es así como nos ama el mismo Dios a nosotros?

Javier Segura

NO ME MUEVE MI DIOS PARA QUERERTE – Anónimo s.XVI
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *