He conocido a Abelardo a través de la mirada de otros: de mi marido, Rubén, de los cruzados y de otros amigos, como Abilio de Gregorio. En todos ellos sorprende el cariño y la admiración con la que hablan de él, y no es raro que se emocionen recordando episodios vividos: el fuego de campamento, los ejercicios espirituales, las conversaciones alma a alma. Su vibrante personalidad, sus palabras acertadas y su corazón misericordioso hicieron de él un auténtico maestro para varias generaciones de militantes y cruzados y, por ende, para sus familias. Es precisamente en el recuerdo de su figura por parte de sus hijos espirituales donde encuentro yo un paralelismo con otra historia que también he recibido a través de los ojos de otros: la del Maestro y los discípulos. ¿Cómo hablarían Santiago y Juan de Jesús? ¿Cómo lo haría Tomás o Marta y María? Me imagino que no sería muy diferente a la que se percibe de los que han tenido la oportunidad de conocer a Abelardo en persona: admiración, respeto, cariño, veneración, en definitiva, un recuerdo íntimo que conmueve el alma del testigo y, también, de los que le escuchan. Me imagino a Abelardo recitando este poema, El Piyayo, en el que, más que la historia de un cantaor pobre y de sus nietecillos hambrientos, se nos narran dos actitudes antagónicas ante el sufrimiento humano: la conmiseración y la burla. «¡A chufla lo toma la gente, / y a mí me da pena / y me causa un respeto imponente!». Recitando este verso, Abelardo quiso recordar a los jóvenes que la pobreza es reverencial y que no hay nada más aborrecible que la mofa contra los débiles. Ofrezcámosle al mundo la mirada de Abelardo y la de sus amigos; la mirada de Cristo y la de sus testigos.
Paloma Martín-Esperanza
Rafael Flores Nieto, además de cantaor y guitarrista flamenco era vendedor ambulante, de peines. Pasó por Cuba (de ahí la cadencia a guajira de sus tangos), estuvo en prisión y muchas otras anécdotas que se alinean entre la realidad y la leyenda.
Este poema que José Carlos de Luna Sánchez dedica a este personaje único y genuino del flamenco de Málaga es una muestra de la frescura de la poesía del autor.El Piyayo
¿Tú conoces al «Piyayo»,
un viejecillo renegro, reseco y chicuelo;
la mirada de gallo
pendenciero
y hocico de raposo
tiñoso…
que pide limosna por «tangos»
y maldice cantando «fandangos»
gangosos?
¡A chufla lo toma la gente
y a mí me da pena
y me causa un respeto imponente!
Ata a su cuerpo una guitarra,
que chilla como una corneja
y zumba como una chicharra
y tiene arrumacos de vieja
pelleja.
Yo le he visto cantando,
babeando
de rabia y de vino,
bailando
con saltos felinos
tocando a zarpazos,
los acordes de un viejo tangazo
y, a sus contorsiones de ardilla,
hace son con la sucia calderilla.
¡A chufla lo toma la gente
y a mí me da pena
y me causa un respeto imponente!
Es su extraño arte
su cepo y su cruz,
su vida y su luz,
su tabaco y su aguardientillo…
y su pan y el de sus nietecillos:
«churumbeles» con greñas de alambre
y panzas de sapos.
Que aúllan de hambre
Tiritando bajo los harapos;
Sin madre que lave su roña;
Sin padre que «afane»
Porque pena una muerte en Santoña;
Sin más sombra que la del abuelo…
¡poca sombra, porque es tan chicuelo;
en el altozano
tiene un cuchitril
¡a las vigas alcanza la mano;
y por lumbre y por luz, un candil.
Vacía sus alforjas
que son sus bolsillos,
bostezando los siete chiquillos,
se agrupan riendo.
y entre carantoñas les va repartiendo
pan y pescao frito,
con la parsimonia de un antiguo rito:
¡chavales!
¡pan de flor de harina!
Mascarlo despasito.
Mejó pan no se come en palasio.
Y este pescaíto, ¡no es na?
¡sacao uno a uno del fondo del má!
¡gloria pura é!
Las espinas se comen tamié,
que to es alimento… Así… despasito.
¡No llores, Manuela!
Tú no pués, porque no tiés muelas.
¡Es tan chiquitita
mi niña bonita!..
Así, despasito,
muy remascaíto,
migaja a migaja, que dure.
Le van dando fin
a los cinco reales que costo el festín.
Luego, entre guiñapos durmiendo,
por matar el frío, muy apiñaditos.
La Virgen María contempla al «Piyayo»
riendo
y hay un Ángel rubio que besa la frente
de cada gitano chiquito.
¡A chufla lo toma la gente,
y a mí me da pena
y me causa un respeto imponente!